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26 agosto 2009

Poesía de escuadra y calambres, por Pepe Lempeira



Reseña publicada en The Clinic
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Leemos en la solapa que el autor nació en 1985. Se empina recién sobre los 24 años de edad. Y pensamos en el asunto de su juventud calculando lo frescas que deben estar en su memoria las imágenes del libro. Porque tratándose de un poemario, es principalmente la bitácora de la instrucción militar de un conscripto en un regimiento de Arica. Entre el 2000 y el 2001 Cardani debió haber pasado por aquella reseca y fanatizada guarnición de frontera. Y allí debió vigilar esa línea que, llamándose de La Concordia, se nos suele ofrecer como si fuera nuestro limes más hosco, en los confines de las encabritadas tierras bárbaras.

Leemos la dedicatoria a la segunda escuadra, de la primera sección, de la primera compañía, del batallón de ingenieros, del regimiento reforzado Matucana. Y aun preguntamos (ya sin mucha necesidad) si efectivamente Carcani pasó por todo eso. Y nos lo afirman quienes saben. Sí. Tuvo la mala suerte. 

En los textos preliminares, el editor agrega que este libro ya llevaba largo años esperando su turno en el antejardín de una imprenta. Y de nuevo calculo que es muy posible que los versos hayan sido tallados casi inmediatamente tras la orden de romper filas o en la guardia nocturna.

Ya solo por eso “Raso” tiene y tendrá cierto valor documental. Pero, más importante, quizá fue la misma apremiante conciencia de estar trabajando en la realidad la que dio al autor el pulso firme de un hombre con un propósito. Y más: la serenidad de un anciano zen haciendo flexiones. O la disciplina desnuda del fotógrafo forense, incluso podría decirse. 

“Raso” no puede estar más lejos del lirismo y los recursos del maletín del poeta. Es un canto desde la enajenación y la máquina. Desde la exactitud y el diagrama. Sin adjetivos ni caricatura. El abuso se naturaliza para evitar encandilarse con él. La maldad no se asocia necesariamente al mando. El mando no se asocia necesariamente a nada, solo actúa y expresa sus sumarias ideas. Precisamente esa objetividad parece haber sido el último refugio de la humanidad del autor en medio de los espejismos, de los delirios de la milicia y el desierto más áridos del mundo.