10 diciembre 2008

Santa Rosa 57


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Yo llegué a Santa Rosa hace cuatro años, un par de meses después de su fundación. En ese entonces Santa Rosa 57 no era más que la dirección misma, la que todavía no aparecía dentro del mapa poético farandulero. Era un inocente taller, como cualquier otro, con la clara idea de seguir en el tiempo, trabajando poemas de forma técnica, sin tener cabeza, ni ente supremo que lo dirija. Y eso es lo que ha sido hasta ahora, por lo menos, esa es la sensación para los que seguimos estando dentro.

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Pero sucede que con el tiempo los miembros del taller empezaron a darse tribuna y voz desde distintos espacios, apuntando a distintas partes, teniendo impreso en la tarjeta de presentación el logo Santa Rosa 57. Y claro, el taller empezó a tener visitas de gente, que después optó por irse o quedarse (a ratos sobre poblado, a ratos dejando de ser un club de Toby), y también de infiltrados con la curiosidad de ver qué era lo que se maquinaba desde la mesa de mármol. En definitiva se dio a conocer dentro de la fauna poética, con el costo de ganarse nuevos miembros, enemigos, mitos, calificaciones varias. Sobre todo después de julio de 2007 cuando se lanza la antología del taller, engendro que se produjo con el fin de dar un demo palpable del trabajo de años, con textos tratados como artesanías, con dedicación, cuidado y rigor, y como dice Pereira, nosotros sólo lo lanzamos y nos asomamos detrás de la barda. A ver que pasa. Y pasó que ese fue el gesto, para los ojos del resto, con el que pasamos a ser una pandilla que marca territorio dentro del barrio poético, por lo que de frentón nos pone en contra de las otras pandillas y cabrones del lugar.

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Pero nada más lejos del error. Porque para hacer de Santa Rosa una pandilla, un grupo, una generación en paralelo, o quieran llamarle, tendría que tener un manifiesto de grupo, con poéticas que se entrelacen apropósito, tratando de armar una obra

global, como varios que andan por ahí y dicen tenerlas, que se ponen un nombre como cualquier banda y pelean en bloque y a muerte si es que les tocan a uno de los suyos. Santa Rosa no es eso. No ha dejado de ser taller, no ha dejado de trabajar poemas, libros, y a estas alturas, a trabajar obras Y ese es todo el discurso y manifiesto que podríamos llegar a tener como grupo: criticar y corregir textos. Lo que hagan y digan cada uno de sus miembros es cosa de ellos. No necesariamente se comparte, no necesariamente se defiende.

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La gracia es seguir trabajando callados, pero de forma constante, consecuente. Qué le importa a Santa Rosa el conventilleo de poetas que se hacen conocidos más por el personaje que fabrican que por los libros que escriben. Qué le puede importar al trabajo de un taller lo que escriban otros, teniendo nosotros la certeza de no ser los del error. Lo que nos debe importar es lo que pase en diez, quince, veinte años más, con los libros que cada uno tenga bajo el brazo, cada uno con poéticas depuradas, con obras, hueón, por sobre todo con obras. Como dice el epígrafe de la antología: ¿Qué nos une? / Bueno, todos escribimos, con mayor o menos acierto. / Más bien la pregunta es / ¿qué nos debería unir? / Y la respuesta es muy sencilla.Obras Maestras. / Pero, claro, es muy fácil decir Obra Maestra / Escribirlas es lo difícil. Entonces dejémosle el trabajo fácil a los que quieran hacerlo y llenándose la boca, llenando páginas con descargos personales, y con sus muchos problemas que carecen de importancia, que carecen de sentido poético, y hagamos nosotros el trabajo difícil, a ver si es que de nosotros salen las Obras Maestras.

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Yo, como diría Pappo, aún sucio y desprolijo, aún poeta de ningún libro, creo que la cosa es así. Espero que el tiempo me dé la razón.

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3 comentarios:

  1. Saludos camarada, buen texto, adscribo a lo que dice. Basta de farándula y manos a la obra. Y que bueno que inaugure tribuna. abrazos

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  2. hace cuatro años y cuantas botellas atras?

    cucho

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  3. Varias botellas, pero eso no es lo que importa

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