18 diciembre 2013

Contraportada de Caldo de Cardán








Más acá del tono paternalista de redención social o política -ya tradicional en una extensa zona de la poesía chilena- Caldo de Cardán es, antes que todo, una bitácora de viaje. Del viaje del autor por un país vecino, pero en muchos sentidos extremadamente lejano como lo es Bolivia; pero también de otro viaje, interno, hacia una conciencia cada vez más situada de la escritura. Quien viaja no es sólo aquel que escribe, sino el poeta en su plenitud, que vive y respira más acá del texto y la expectativa del lector, y que busca más que una mera transformación de la perspectiva estética, una que involucre a toda la esfera de la experiencia.





El quiebre de fronteras que en más de un sentido ejecuta Cardani -entre países, entre géneros literarios, entre ánimos diversos- resulta un buen soplo de aire en la poesía joven producida en Chile; y, por fortuna, no necesariamente es aire limpio: contiene la necesaria, la verdadera impureza que la experiencia efectiva deja en el registro de una mano segura, que ya conocimos en el sorprendente Raso de 2009.


Carlos Henrickson Villaroel 

22 enero 2013

Sobre "Máximas de Seguridad" de Jhafis Quintero





Libros del Perro Negro, 2013


Los lugares de paso son una instancia que rompe con lo cotidiano, la vida civil o la rutina que un sujeto fija su vida para cumplirla, forjándose para ellos. El servicio militar obligatorio, psiquiátricos  hospitales comunes, la cárcel son lugares donde nadie quiere estar, pero siempre alguien cae, y cuando pasa se entra en otros códigos, formas de vivir, otras costumbres. Regímenes nuevos con nuevas reglas, nuevos compañeros que con su experiencia te harán sentir novato, con autoridades que se impondrán como tal, casi siempre con violencia. Este libro “Máximas de Seguridad” de Jhafis Quintero, se presenta como un pequeño “Arte de la Guerra” sobre la cárcel y su vida en ella. El cómo comportarse, qué hacer y acción tomar en situaciones claves, consejos para la batalla, qué piensa tu enemigo, conocerle para luego saber qué hacer con él, en espacios cerrados, de pensar rápido, donde eres tú o él, y con los compañeros de castigos como jueces en todo momento. Ser el sapo, el de los mandados o ser el tipo al que no se le jode depende de cómo salgas de la pelea, cómo marcas tu territorio. Patrones de conducta con los que se gana o pierde el respeto, única moneda de cambio válida donde el dinero aparenta no existir.

Este manual, que en sí es más que un manual, por su calidad literaria y por su razonamiento filosófico, con los códigos y situaciones propios de la cana. Escrito por Jhafis Quintero (1973), panameño, pero con su trabajo artístico desarrollado en Costa Rica, tanto en instalaciones de video, performances, pintura, aparte de la escritura. Algunos de estos también relacionados con el régimen penitenciario costarricense. De ahí su trabajo cercano con los reclusos, no viniendo su interés por haber sido uno. Dato no menor por la extrapolación y distancia que puede tomar un sujeto que no padece del trauma ni escribe desde sus secuelas.

En “Máximas de Seguridad” existe un hablante que se dirige a un primerizo sobre las pautas que tiene que seguir para conseguir algo de experiencia en un medio donde se tiene que aprender rápido y sin cometer errores, en un medio hostil donde las palabras encierro, soledad, resignación son tal y se vuelven violencia. Violencia como respuesta a todo en un entorno donde el amor no existe porque no hay familia ni mujer que pueda darlo. Entonces aquí este libro es una ayuda grande, a tan punto que como acción poética (acciones poéticas de verdad) fue repartido en diferentes penales de Costa Rica.

Otro punto a favor de “Máximas de Seguridad” es que no cae en el juego fácil de construirlo con un lenguaje canero local, como por  si el autor fuese chileno y  escrito en coa. Algo poco entendible para cualquiera que no lo use y lo haría demasiado apegado a un territorio, sin posibilidad de salir, restándose a sí mismo sus posibilidades. El libro se construye con un castellano claro, directo, con palabras comunes (como debería de ser todo lo se escriba). Entonces el texto le sirve tanto al preso de San Miguel de Santiago, al reo de San Pedro en La Paz, Bolivia, o a cualquier villero gaucho caído en mala suerte. Pero más allá de entendible y universal en un libro útil para cualquiera. Así como el ya mencionado “Arte de la Guerra” de Sun Tzu, guardando las diferencias del caso de la China Antigua, donde por medio de el combate y estrategias militares enseña a cómo pensar en la batalla, el conocimiento del enemigo por medio del estudio y con eso saber cómo atacarlo y defenderse de él, entrega una sabiduría y filosofía más allá de los códigos marciales, siendo aplicables hasta nuestros días para cada uno de nosotros en nuestra vida cotidiana, “Máximas de Seguridad”  se comporta también como un manual de medidas para “conocer a tu enemigo mejor que a ti mismo” con un conjunto de consejos para “evitarle molestas e innecesarias complicaciones, le ahorrará mucho tiempo de aprendizaje, que de otra manera le puede llevar la vida”(pág.2, introducción), desde el momento cuando ya no hay salida y la cárcel cae cuando se ve al paco, hasta cuando la palabra Libertad pasa de ser de un deseo a un estado. Recomendaciones varias como: Observe el crecimiento de los hijos de sus compañeros durante los años, así podrá orientarse en el tiempo y el espacio. (pág.28)

Este libro que pasa las 50 páginas lleva ilustraciones hechas a tinta y un sólo un color acompañando cada uno de los momentos o consejos que narra. Dibujos toscos como salidos de un cuaderno de adolecente, adolecente posiblemente preso, sin más distracción que este mismo cuaderno. Pero ilustraciones concisas, apropiadas a la narración con la que hace alusión, a veces explícitas y representativas de la situación, como el esconder un cuchillo en la pared de la celda, y en otras con sutileza, como el mostrar sólo una silla vacía refiriéndose a las visitas que ya no te volverán a ver.

Un libro inteligente por donde se le mire, sin grandes pretensiones, pero que logra tener un valor literario y ser útil a la vez. Algo tan difícil para las poéticas y narrativas actuales que hablan tanta paja sin decir nada. Un gran acierto de los Libros del Perro Negro y de la organización 81 Razones, creada por los familiares de las víctimas de la masacre de la cárcel de San Miguel de traer este libro desde Centro América a sus manos, ya sea usted estando a la sombra o para los que por ahora dicen estar libres desde el otro lado de la reja.








15 enero 2012

Un rublo y dos euros para Ricardo Gutiérrez




Tú que sabes el valor, el costo de acuñar la oz y el martillo

Toma este rublo que anduvo en los bolsillos de viejos rusos, todos muertos

Que sabes que esto les valió el pan, que fue el pago por construir su obra

Grandes tumbas que son los pilares de la patria

Grandes palacios donde ejercer el poder, mantener la unión

Unión caída, patria desmembrada, caída a pedazos sobre el resto del mundo

Por ejemplo este rublo que yo robé a un niño de su colección de monedas



Toma estos dos euros

Habrán llegado perdidos en el fondo de la billetera de un turista

Y ahora cae como limosna en el la garita de cambio de una chola

Para que otra nos sirva el plato de hoy, sólo de hoy



Toma estas dos monedas, te las regalo

Aquí el comunismo y el capitalismo

Igual que el mundo, tú verás qué haces con ellas




20 diciembre 2011

Encontré la libreta de apuntes de Florit, pero la leí antes de devolvérsela




(Sobre "Materias de libre competencia y regulación" de Andrés Florit Cento, Das Kapital Ediciones, diciembre de 2011, Santiago de Chile).





La libreta de apuntes de un poeta es en sí su arma de servicio, siempre lista para salir del bolsillo y apuntar en ella lo que pasó en la calle, en el bar, en una esquina de una ciudad ¿qué ciudad? Da lo mismo, el problema de las ciudades no son ellas en sí, si no los habitantes que la ocupan, y aquí estos desconocidos habitan el libro como una ciudad, toman en una mesa más allá, son compañeros de viaje en donde siempre se tiene un destino distinto, perros que siguen buscando cariño o comida y no se les da ninguna de las dos cosas y así se van, saben que así es el juego. Alguien dice algo pero no a uno, sino simplemente se estuvo justo ahí para escucharlo, una frase al pasar que es como oír la caída de un árbol en un bosque donde jamás se ha estado, pero Florit sí estuvo, y con un hacha en la mano.



Pero las libretas son eso, notas rápidas que casi siempre sólo su dueño las entiende. Fragmentos, ideas vagas, citas de algún autor que se lee o partes de una canción que se anota apenas se escucha, pero también hay poemas que nacen de una y que el manuscrito original se trascribe tal cuál, y así se queda hasta llegar a imprenta. Eso me pasa con “Materias de libre competencia y regulación”. A veces son esqueletos, versos que serían el comienzo o el final de un poema mayor, pero que aún no se escribe. En otras una síntesis, pensamientos, algo que hay que escribir para poder recordarlo y usarlo después. También hay recuerdos que vienen de la nada, algo pasa ahora y eso hace que la memoria traiga, por ejemplo un futbolista cayendo de un edificio y que de él lo único que se recuerda es un gol al mejor y más grande equipo del país, o dichos que en algún momento se le escuchó al padre, y viniendo de ahí siempre es una enseñanza. A veces la verdad franca con uno mismo, y que está escrita. No a modo de confesión ni de querido diario, sino como un acuerdo claro consigo, esto pienso sobre aquella cosa, esto me pasa con tal. En otras son frases ingeniosas, simples notas que resumen un día, un momento, frases que se podrían usar para publicarlas en alguna red social, para buscar opinión o aprobación con un comentario, cantidades de pulgares arriba, un eventual retwiteo a modo de una cita (sic.), pero como en toda red social es sólo mediata, exprés, algo que si no tiene esa aprobación no pasa a las “noticias destacadas” o si ese lector no se conecta en días jamás podrá leerlas.



Respondiendo a Bertoni que en la contraportada dice que leyendo este libro dan ganas de conocer al autor, digo que conocí a Florit en la mesa de mármol del taller Santa Rosa 57. Ahí, dentro de las cientos de fotocopias con poemas que pasaron para recibir críticas, correcciones, desde la carnicería grindcore hasta la aprobación, varios de estos textos hubiesen pasado sin pena ni gloria, o hubiesen sido víctima de amputaciones con machete o tendrían retoques de bisturí, pero aquí el editor las dejó pasar tal cual. La corrección o el filtro siempre serán subjetivos, por lo mismo ahí no apunta la crítica, pero me da el sentir que este libro tiene más hojas de las que debería. Insisto sobre el libro en sí, también hay poemas como corresponde, buenos de verdad, pero se pierden entre tanto ripio.



Y de esos poemas buenos, algunos cortos, como viñetas o fotos que se toman por casualidad, pero que tienen el momento y ángulo justo. Algún gil contará los versos, dirá que son haikus, pero eso es otra historia, y que estoy seguro que a Florit poco le importa. Aunque la mayoría de los buenos textos de este libro tienen una extensión mucho mayor. Poemas que tienen por acierto evocar la memoria y hacer que ese recuerdo personal de Florit sea una historia de todos, que uno cuando la lea evoque el propio recuerdo, como el profesor de técnico manual, y entonces es uno el que vuelve a entrar a la sala de clases, con cotona, pero sin materiales o sin talento. La gracia de Florit no es caminar la calle sino leerla como un libro o ver en ella que se están filmando muchas películas a la vez y busca esa escena donde quedó el marca páginas y que volverá de nuevo en la cabeza, o va oyendo la ciudad como si fuera una radio y se escucha por los audífonos para dejar en la hoja ese estribillo, aquel coro de una canción que no importa si es buena o mala, lo que importa es que se pegó, y un recuerdo con ella. La soledad de acordarse de la pareja que ya no se tiene o que está lejos y volver a ponerla en la cama, pero no, es sólo una tarde de domingo, es una vuelta del trabajo, y se está solo. Los amigos, esos sujetos que engordan y pierden pelo hablando de poesía con una piscola en la mano. Sí, esos sujetos también los conozco, los veo hacer sus gestos, voy leyendo y escucho en la cabeza no la voz de Florit, sino la de ellos, conozco también esa ciudad y veo los perros vagos con los que yo me he topado, también me doy vuelta a ver esos culos con bonita cara o respondo a las preguntas de una mesera que es decenas de mujeres, que está en montones de bares, pero que es en sí sólo una. He ahí el juego útil y cómplice del libro. No es recorrer junto con Florit la ciudad que él nos muestra, sino evocar en uno esos espacios de tránsito que toca atravesar a diario, esas esquinas que se repiten, gente x que uno mira, mientras uno es el x para ellos, hacer la pega de extra en la vida de los demás.



Cuando le devuelva la libreta a Florit, quizá con gente gorda y calva por testigo, dirá piscola en mano algún chiste de stand – up comedy a modo de verdad, terminada por un insulto. No hay necesidad de responderle, él solo encogerá los hombros, mostrará la palma abierta y dirá alguna excusa que resuelva el caso. Eso lo hará por horas, con los años cada vez que se toque el tema, o peor aún, lo hará en un poema.




07 septiembre 2011

Historias y versos: La vida de un raso



Por Javier Valenzuela




“Si ven que este cuento está a un nivel de alto riesgo, muy sencillo, tendrán que ver si con las fuerzas policiales alcanza. Si no, tendrán que pedir ayuda a las Fuerzas Armadas” dijo el alcalde de Santiago, a propósito de las protestas estudiantiles (y ciudadanas) de este 2011. Curioso es entonces, leer y comentar el libro de Cardani, en este contexto hermosamente caótico, lleno de melancolía y revuelta, prácticamente un poemario de historia que bien podría ser leído y analizado a la espera de la marcha o el guanaco.



Carlos Cardani Parra el autor, Raso (Ediciones Balmaceda Arte Joven, 2009) el poemario. A tientas, es un relato empírico sobre lo que significa tener la adolescencia justa y perfecta, aclamarla al servicio de otros y saberlo heroico e ínfimo, ser el suceso de una historia menos trágica que solo el populacho atiende y lo hace con orgullo.



A medidas que fui leyendo Raso, recordé las historias de mis compañeros de curso o amigos que volvían del servicio “voluntario” y contaban vivencias exageradas: de balas que rozaban las cabezas; militares contrabandistas de alcohol y cigarros, de otros bueno pa’ los combos; penurias en el cerro de no sé dónde, con una cebolla, una bolsa de té y un cuchillo y fusiles fantasmales. Relatos sorprendentes, como suele ser la historia militar en Chile o la historia de Chile militar. Crisis social acá es sinónimo de seguridad pintada de camuflaje, tanto en las calles como en los inconscientes (esa colectividad individualista digo) que nos dice quedate piola hueón no es problema tuyo y es ahí un quiebre interesante ya que “ejercito vencedor jamás vencido” no es cliché, ni debería ponerse en duda “señorito”. Los bonitos adelante. Quedan atrás las hazañas como las de Grau y Prat en Chiloé, bandera unida contra España (1861 – 1862) donde mataban brazo con brazo (porque digámoslo, esto no es la utopía de Wilson) o el ya mítico atrincheramiento en la iglesia del pueblito Concepción en Perú con embarazada incluida, pero de escudo, que le dio al Carrera chico ser figura de billete; los saqueos en Lima y sus atrocidades; Los rotos del sur que entre juerga se los llevaron cufifos al norte y mataron hasta con gracia; Condell en Punta Gruesa ordenando disparar a los naufragos opositores o, las palabras de O’higgins sobre nuestros hermanos peruanos: “Soy chileno por cuna y peruano por gratitud”. Por otro lado recordemos que hemos tenido más de un presidente militar y eso tiene que ver con el ser de la identidad país, algo así como el inconsciente, concepto tan manoseado que ya poco significa. Eso, eso no se cuenta, ¡para qué! ¿para darles que decir a los desertores?. Y claramente el texto (Raso) motiva a juicios referente a la historia en común con los del Rímac: “Al otro lado de la frontera/ Alguien aprende cómo matarme/ Pienso esto mientras mi teniente/ No para de repetirnos/ Es tu lema la paz/ Es tu grito la libertad”. Bienvenidos al concepto disciplina y con la perspectiva de lo militar en la vida diaria y también como se vive el vacío, entre vecinos, solo basta con leer el poema “Coronel Bolognesi” crudo y sencillo, tanto como las mentalidades guerreras que algunos nos traen al desayuno.



Volvamos. En Raso logramos fuentes primerizas que se suceden en la realidad atrincherada de este país, además de éstos escenarios fronterizos, la sensibilidades del 5% que no se la puede. Hay versos notables. Es así como Cardani no se fuerza en ser la vedette y da espacio para los momentos de todos, casi como un sartriano. Demuestra a un autor vivencial e imaginativo (como diría José Ingenieros) atento (!) que logra sus poemas, tanto la representación simbólica del patriotismo y sus significantes, como la justificación del acto experimental, sus mismísimos rasos, que poco a poco penetran en el relato y en las valoraciones de su transitar, personajes que se hacen poderosos y logran cantar la opera, representarla a cabalidad de lo que se espera: “Hace cinco días que no come/ La bandeja siempre inmaculada/ Toda la compañía lo ha visto llorar/ Miranda solo en patio de los lamentos…”



Arengas, retos, ironías, miradas y más miradas bien escritas, que a groso modo retraen y desvelan. Una lectura capaz de hacernos ver un desierto y de hacernos sentir el olor a regimiento, de mirar las risas y llantos ajenos (a veces propios). Es un texto deseable para compartir, (infamador si se quiere) para citar en clases de historia, de llevarlo y traerlo al presente como el comodín de la experiencia que uno nunca tuvo. En definitiva, Raso de Carlos Cardani Parra, es un libro integral que me deja grandes dudas en torno a su neutralidad, un pelao’ que nunca quiso serlo y casi lo logra; un verdadero cronista capaz de fijarse en los detalles que de tanto repetirse no son posibles de nacer en un verso.



Por Javier Sepúlveda

Santiago

Agosto, 2011


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04 abril 2011

Sobre el libro "Dhyana" De Diana Taborga

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Escribir es un ejercicio solitario. La meditación también. Entonces la soledad es necesaria para poder pensar en otros, para referirse a otros desde la distancia. Ese torrente que encausa “las ideas en orden”, que da calma y enfría el pasado. La lucidez, la concentración sobre las cosas que retumban en la cabeza.

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Así la escritura nace de esa concentración, de ese pensar lúcido y calmo, y a su vez esa concentración se vuelve escritura cuando sale por la mano deslizándose sobre la hoja. Ejercicios rotativos. Circulares como una mandala. Un ir y venir entre el YO del pensamiento, el TU de la distancia, de la soledad, y el TODO que se convierte en la escritura.

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El Yo, una procesión interna, un vagar por uno mismo, donde se medita para hallar una respuesta, así como se escribe para hallar un arte.


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El Tú, una parte íntima, romántica, de añorar al otro, de otro tiempo, alejado por esta soledad. De una “eterna ausencia” contemplada desde una “frágil naturaleza”. Mientras tanto bailar, hundirse, mojarse, desear. Verbos que se conjugan solos, y así quedan a la espera de compañía. Solos como un arlequín guardado en el baúl, lejos del público, pero cerca del amo.


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Y un Todo, amplio, gigante, difuso, como la misma escritura, como las infinitas combinaciones de pensamientos que transcurren en la meditación. La memoria que salta y pega con una alguna escena cualquiera. Sueños que se recuerdan y se vuelven realidad al escribirse. Así renace el pasado, se vuelve a hacer y con eso se transforma, se vuelve un Todo.


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