06 julio 2009

Los Antiguos Vuelven del franco: para un pròlogo a Raso de Carlos Cardani Parra, por Juan Pablo Pereira








¡Mísero joven, al fatal momento
que huyere del combate!
Tirteo, Canto II


La relación entre poesía y guerra es tan antigua como la condición humana que es presupuesto de una y otra. La tensión entre ambas desemboca en la actual y aparente antipatía mutua sólo en tiempos modernos, de manera coincidente con la Gran Trizadura del Mundo. En medio de los pedazos, resulta sencillo creer que los vasos comunicantes se han cortado para siempre entre lo que se ha malinterpretado como una dimensión sublime del hombre y lo que se ha malinterpretado como el rasgo más bestial que tenemos. Carlos Cardani y Raso vienen a recordarnos que todo es siempre más complejo. Pero esa es sólo una lectura posible.

Y concedo que una de las más conservadoras, al menos en potencia. En tiempos de la corrección a rajatabla y su correspondiente policía, resulta aparente que lanzar puentes entre poesía y guerra es andar en zona peligrosa. En un campo minado, si se quiere. También es venir de vuelta del acto fútil de tapar el sol con un dedo, de intentar la asepsia perfecta que permita decir que la agresión y su tinglado sostenedor son cosa del pasado. Mientras se dice, los tanques y las granadas esperan tranquilos en sus bodegas. Toda paz es una paz armada. Fingimos no saberlo.

Por eso, Raso funciona como un ejercicio desestabilizador de nuestra comodidad, siquiera por el mero acto de llamar la atención de nuestra mirada a los campos de tiro y las barracas en que creemos tener encapsulada la violencia bélica, cosa del pasado. Nos obliga a recordar que no es cosa del pasado, sino que está lista para volverse tu presente y el mío en cualquier momento. Pero si sólo fuera por el valor testimonial, Raso no valdría lo que un buen documental de guerra. Aquí hay más en juego.

Raso: el soldado de la menor categoría posible. Raso es también plano, liso, de ahí arrasar. No dejar piedra sobre piedra, sólo pequeños cerros de cadáveres aquí y allá, soldados rasos en su inmensa mayoría, indistinguibles y en paz después de muertos.

Raso también es el menos militar de los soldados, el que no hace carrera, el que sólo está porque lo hicieron estar y se larga apenas puede o lo matan, lo que suceda primero. Si se queda empieza a ascender y ya no es más raso. Civil de toda la vida, excepto en el puñado de semanas de servicio militar que gatillaron este poemario y que no lo condicionan, Carlos Cardani reúne en estos poemas secos y ásperos la reconstrucción poética de un problema que es político, pero que plantea con el extrañamiento suficiente para se aquilaten desde el punto de vista de la eficacia del verso y no de la (mera) transmisión de un mensaje. Aquí no hay un mensaje, sino un canal de comunicaciones con el lector que no necesariamente transmite lo que éste quiere leer. Si hay mensajes, se transmiten cortados, equívocos. Sí, igual que en una radio de campaña.

Y ése es uno de los talentos de Carlos, por lo demás inquietante: la feliz ejecución mediante mímesis de los efectos especiales de lo bélico. No a través de la exhibición de cazabombarderos o misiles balísticos; sorprende la pobreza del “arsenal” que exhibe Cardani: simples fusiles, versos concisos, campos de tiro, imágenes precisas, barracas, pocas metáforas, materiales pobres como polvo de desierto, camuflados con su entorno en afán de no notarse. Es la falta de estridencia de Raso lo que permite concentrarnos en la tranquilidad erizada que habita. Después de todo es la paz: los ejercicios de tiro son eso, ejercicios, los conscriptos van a misa y reciben la paz de sus oficiales, los reclutas suben al cerro del Cristo de la Paz. No se espera muertos, si ocurre es una lamentable desgracia.

Supongo que Raso sera leído como un relato, lo que resulta lógico por la conjunción entre la general ausencia de torsiones lingüísticas, cierto morbo en el lector ilustrado que sólo conoce lo castrense a través de la ficción, sin que sepa ya hacer otra cosa, así la oportunidad inmejorable de extraer trozos crudos de testimonialidad. Además, resultaría falaz pretender que Cardani no se mantiene astuta y precariamente en la encrucijada entre la ilustración de lo temático, cierta política contingente y el cuidado en la ejecución del verso. El resultado son señales contradictorias, un entramado denso de sentidos posibles, cohabitantes en tensión y que obstaculizan llevar agua al propio molino por motivos obtusos o sectarios.

A mí me parece que esos son rasgos de la mejor poesía. Si tuviera que jugar a las relaciones entre obras, ejercicio fútil pero inofensivo, parece razonable hacerlo con nombres como Owen, Brecht, Sassoon. Al nivel de las cordiales charlas de exterminio entre poetas, usualmente cargadas de barruntos de crítica no siempre incoherente, se ha planteado con cierta insistencia la relación de Cardani-Raso con el inefable Bruno Vidal, a veces al punto de casi entender que dicha relación se acerca al sistema binario. Esto no puede ser agotado aquí, pero creo preliminarmente que se trata de una cercanía engañosa, dada en lo esencial por la proximidad temática en un sentido muy grueso y por afinidades de estilo escritural. Si no entiendo mal, la poesía de Cardani está un paso más acá de la obsesión política que cruza la de Vidal, así como de la exploración sistémica (e histriónica) que éste hace de la violencia como trauma y devastación de sentido, al punto de la aniquilación ética y la disolución de la frontera entre víctima y victimario, delineados por la experiencia histórica reciente de esa violencia. Creo que estas variables funcionan como un cuadro de contexto para Cardani, quien las tiene en cuenta; pero por lo mismo, en el mejor de los casos suponen un punto de referencia y no un condicionante en sentido duro. Creo que Raso, en específico, no pretende una reconstrucción mediante la poesía del paroxismo de la experiencia del horror, sino la recreación de una experiencia estética de la simulación de una zona de lo real, la que, en que otros mecanismos, aparenta la suspensión de juicios condenatorios, que precisamente hace suyos Vidal para, acto seguido, invertirlos.

Comencé insinuando que Cardani y su Raso replantean una vez más la relación entre poesía y guerra, por presuntuoso que ello suene. Los versos de Tirteo que encabezan este barrunto de prólogo, dirigidos en su momento a los espartanos en armas, dialogan con una obra como ésta desde su sideral distancia ética, no por la pérdida de atingencia de la participación de la poesía en un ámbito (hasta ahora) tristemente inevitable de nuestra existencia. Pero mientras Tirteo puede darse ciertos lujos que nosotros no -llamar a la guerra, pedir morir en plena juventud, avergonzarse de la propia cobardía-, nosotros junto a Carlos sólo podemos observar, desde nuestra cuasi-parálisis, nuestro salvajismo apenas dormido y nuestro temor a ser salvajes, a la bestia en kaki que está ahí, que somos tú y yo. Y que tal vez, en su espantosa humanidad y no al revés, es tan poema como todo lo demás.

En cuanto a otros sentidos tanto más interesantes de esta obra, invito al lector a descubrirlos por sí mismo.

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