18 diciembre 2008

Plaza de Armas

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Gracias a Majo




Nunca me ha gustado la plaza de armas. Demasiado sucia, demasiado gris, demasiada gente haciendo nada. Llena de palomas, de cesantes, de cogoteros. Un punto de encuentro entre niños y pederastas, entre lanzas y gringos, entre peruanos y su trozo de Lima, entre pastores y rebaño, entre ancianos y palomas. Una plaza que se muestra así misma llena de polos, y que al verla parece un ring, con un contendor en cada rincón. En una esquina la catedral y en la otra el cine porno. En una esquina la estatua de Valdivia y en la otra la de Lautaro. Y aún así es parada obligada para los turistas que, porque aunque sea así de horrible, Santiago tampoco tiene nada más que ofrecerles.

Ella eligió el lugar y la hora, yo sólo la espero, sentado bajo el pómulo de Lautaro.

Bukowsky decía que siempre llevaba un libro que leer, para así no ver a la gente que hay alrededor. Yo hago lo mismo, pero en cada punto aparte alzo la vista para ver si es que viene. Se retraza. Frente a mí pasa una pareja de pacos que lleva esposado a un flaite. Todos miran, incluso un par de viejas llagan a aplaudir, pero eso ni a pacos ni a flaite pareciera importarles. Veinte minutos y todavía no. Varios esperamos bajo la estatua del indio. La mayoría que tenía la cita a las siete ya se fue con su pareja. Ahora empiezan a llegar los que tienen hora a las siete y media. En el kiosco comienzan las pruebas de sonido de una orquesta. Alcanzo a reconocer villancicos, canciones de navidad. Pero desde donde estoy no se escucha bien, las tapan otros ruidos, el profeta micrófono en mano y el amén en respuesta. De más lejos se escucha el eco de una risa corta, pero masiva en torno al cómico de turno. Pienso en que evangélicos y humoristas usan el mismo truco, y el tumulto responde la misma forma, en que la plaza también se vuelve un ring de amén versus risas.

El libro se acaba y mi paciencia también. La plaza no da como para estar demasiado tiempo, ni ella como para esperarla tanto

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